Suena a cuento de
Navidad, pero es un proyecto muy serio de expedición científica que lleva 14
años fraguándose, con todos los ingredientes de aventura y un doble mensaje
necesario hoy día: el menor impacto ecológico y económico. Protagonista: el
famoso explorador polar Ramón Larramendi. Escenario: tierras polares,
especialmente la Antártida.
Ramón Larramendi es
un hombretón de casi dos metros de altura que lleva 30 años viajando a los
Polos en las condiciones más difíciles de frío, viento, hielo y soledad.
Larramendi fue protagonista de la Expedición Circumpolar
Mapfre 1990-93, una travesía pionera desde Groenlandia hasta Alaska que duró
tres años y en la que utilizó únicamente trineo de perros y kajak. No
pertenece, por tanto, a ese género de personas que se desaniman fácilmente.
Así que ahí está,
empeñado en sacar adelante algo en lo que cree plenamente: su sistema para
investigar el interior del continente antártico con el menor impacto posible en
lo económico y en lo ecológico. La propuesta no puede ser en principio más
sencilla; tan sencilla que a muchos le produce desconfianza; ya se sabe, en
estos tiempos a menudo necesitamos envolver el progreso con sofisticación
tecnológica para creérnoslo. Se trata de aplicar la sabiduría y experiencia de
los inuit para diseñar el trineo; y propulsarlo con una cometa, ya que si algo
caracteriza esos inhóspitos extremos geográficos es la fuerza y tenacidad del
viento. “Está todo basado en el concepto inuit de la máxima sencillez, para
conseguir la máxima flexibilidad. Ese es precisamente el secreto para su éxito:
la sencillez. En circunstancias adversas, como en los Polos, cuanto más simple
algo, más capacidad de reacción. Es la clave del éxito inuit, lo básico, lo
sencillo, para moverse mejor, para tener capacidad de reacción. Lo grande, lo
complejo, se vuelve más torpe”.
Escrito por Rafa Ruiz
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