
El 53% de los refugiados y desplazados sirios son menores de edad. En el Líbano, sin campos de refugiados, muchos quedan expuestos a redes criminales.
En el centro de la ONG Casa de la Esperanza, calculan que dos tercios de los acogidos han sido abusados sexualmente. Dos niños fueron rescatados de una red de tráfico de órganos.
"Mi familia me vendió por 300 dólares, y yo al menos valgo 500", bromea Mustafa, de 13 años.

Cuando Mustafa
abandonó hace tres meses su domicilio de Damasco, huyendo de las bombas que
reducían a polvo y escombros las calles de Saida Zeinab, pensó que la pesadilla
estaba a punto de acabar. “No quedaba nada del barrio. Las casas, incluida la
mía, estaban destruidas. Mi tío había muerto horas atrás cuando un proyectil
impactó en el salón, así que mis padres decidieron marcharse al Líbano. Nada más
cruzar la frontera, pensé que el Líbano era mil veces mejor que Siria porque
aquí no caen bombas”.
Pero Mustafa, de 13
años, ignoraba que no estaba huyendo del infierno sino que se dirigía hacia él.
Al llegar a Beirut, su familia (su padre y su madrastra y dos hermanos) se
encaminaron a la sede de Naciones Unidas, donde se registraron para acceder a
la ayuda de 300 dólares que ofrece la institución a cada refugiado. Una vez que
tuvieron el dinero, “mi madrastra me expulsó de la familia. Me dijo que me buscara
la vida. Ellos volvieron a Siria”. Así fue cómo el crío engrosó el número, en
constante aumento, de niños sirios refugiados que mendigan en las calles y
venden tabaco, refrescos o baratijas para sobrevivir, abandonados o explotados
por sus familias, huérfanos de guerra y, en algunos casos, acostumbrados a la
mendicidad como forma de vida.
De los seis millones
y medios de desplazados y refugiados sirios, Naciones Unidas calcula que más de
la mitad son niños. En el Líbano, su situación es especialmente dura dada la
inexistencia de campos de refugiados –que obliga a familias a alquilar
habitaciones, garajes o locales miserables a precios desorbitados – y la
escasez de trabajo para sus progenitores, lo cual lleva a muchos menores a
trabajar para poder alimentarse o bien ayudar a los suyos. En Egipto, muchos
refugiados han denunciado ser perseguidos y hostigados; en Jordania, las
condiciones de vida del saturado campo de Zaatari son extremas y en
Irak, las autoridades impiden entrar a muchos refugiados.
En todos estos
países, los matrimonios concertados de niñas sirias se han disparado: para las
familias, es una forma de hacer dinero y garantizar cierta estabilidad económica
a sus hijas aunque sepan que es una forma de prostitución infantil.

Los responsables del
centro calculan que dos tercios de los críos han sufrido abusos sexuales. “No
sólo en las calles, algunos también en sus casas”, explica George.
Maher
recuerda el historial de Abdallah, un niño sirio de 10 años que también reside
en el centro. “Su padre le vendía a pedófilos. Les cobraba delante de la
familia, le pedía al resto que se marchase de casa e invitaba a los hombres a
meterse con el crío en el baño, donde le violaban por turnos. Él se quedaba
escuchando”. Ocurrió hace un año, y tras tres días de violaciones fomentadas
por su progenitor Abdallah huyó: terminó siendo recogido por la policía y
enviado al Hogar de la
Esperanza.
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