lunes, 28 de julio de 2014

VÍCTIMAS



El salto de las vallas y las cuchillas es tal vez la forma más llamativa para entrar a la Península, pero no es la que eligen la mayor parte de las mujeres. Ellas, salvo contadas excepciones, acceden al territorio español en patera o camufladas en coches por los pasos fronterizos. La llegada de estas subsaharianas, ensombrecida por el ruido mediático de la valla, esconde las transacciones de redes criminales transfronterizas que compran y venden mujeres de las que abusan y a las que después obligan a prostituirse. España es uno de los países de destino final de estas esclavas sexuales, cuyo tránsito hasta la Península está bien documentado.

La antesala de la Península son los campos del bosque: lugares hostiles, heladores en invierno y abrasadores en verano, donde la sarna salta de una piel a otra con facilidad. Chantal —nombre ficticio—, camerunesa, habita desde hace siete meses junto con sus hijos y decenas de subsaharianos en Bolingo, uno de los campos. Habla en un lugar seguro de Nador. “Dormimos en el suelo, sobre un plástico”, relata. “La vida no es fácil. La policía viene todo el rato. En una redada, me llevaron a Rabat y después volví. En el campamento hay muchas mujeres embarazadas y niños”. Esta antigua camarera explica que con lo que mendiga en la calle y el agua que le dan “los árabes”, va tirando. Que no hay comida todos los días, pero que lo poco que consigue, lo guarda para sus hijos, de seis y cuatro años, que hoy la acompañan. Llevan más de un año sin ir a la escuela.
“No puedo recomendar a nadie que venga a pasar por este sufrimiento. El sueño de mi vida es que mis hijos coman, duerman y vayan a la escuela. Que tengan las oportunidades que yo no he tenido. Me salva la esperanza de pensar que algún día lo lograré”. Chantal espera ahora su oportunidad para cruzar el Estrecho en una balsa hinchable. Dice que la presencia de redes y abusos en los campos es un secreto a voces, pero asegura que ella no tiene nada que ver con todo eso. “Hablan de violaciones. El problema es que hay mujeres que no se respetan a sí mismas y por eso no las respetan, pero yo no he visto nada”.

Fuente: El País

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